domingo, febrero 01, 2015

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Lo habitual, cuando escribo una nueva entrada en el blog, es que sea el cuerpo de texto lo primero en redactarse y corregirse; y como guinda del proceso, el título y la imagen que lo acompaña. Suele ser lo lógico. En esta entrada, sin embargo, se han intercambiado las acciones. Porque, cuando mi hijo había terminado de dibujar su primer rostro (al menos, el primero que nosotros, los padres, entendemos como tal), ya sabía que tenía que publicarlo en el blog: darle un sitio especial en mi paseo de todos los días. También sabía qué no iba a escribir.

Lo que sí voy a decir es que Álvaro es un niño muy atento: sobre su dibujo, nos iba explicando cada elemento que lo conformaba. Con una determinación tan intensa que pensé (y sigo pensando aún), que Lori y yo asistíamos a una clase magistral de pintura. Quizá exagere un poco, pero escuchar a un niño es ser un poco más sabio, aunque este te diga: "mira, mamá, papá, esto, nariz; esto boca; esto, ojos,...". Por cierto: al principio no tuve muy claro quién había sido su modelo, pero analizando el tipo de pelo y la cara de pan no quedaba mucho lugar a dudas. Me acabo de unir al club de los inmortalizados en pintura.

Ahora mismo tengo la hoja entre mis manos, y entiendo un poco mejor el universo que ocupan aquellas cotidianidades que cruzan a diario por nuestras vidas y van tan cargadas de recuerdos y emociones.


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