viernes, marzo 20, 2015

No Comment
Hoy, veinte de marzo de dos mil quince, he vivido un día multieclipsar, eclíptico, eclipsable. Eclipses provocados por varios factores, que han configurado un día de esos que recuerdas con el paso del tiempo, porque solo queda en el consciente lo original, lo creativo, lo que se sale de la regla. En el inconsciente queda el resto, quizá lo que rige nuestras realidades; la gran cueva de los arquetipos y frustraciones. Pero no voy a ponerme a hablar del famoso iceberg: hoy hablaremos de mis eclipses. El primero, el más mediático, el eclipse solar. En el caso de Madrid, ha brillado por su ausencia; a cambio, llevamos unos días siendo visitados por unas nubes saharianas que escupen agua, arena y frío: el paisaje queda reflejado en cientos de coches que parecen han estado de rally. Lori, cuando ha visto el mío esta tarde, no ha dejado pasar la ocasión para decirme de forma asertiva: "De esta vez sí que no pasa para que lleves a lavar el coche". Diré a mí favor que no soy ningún guarro, pero tampoco soy de esos que se pasan más tiempo acicalando sus coches que duchándose.

Aparte, han habido otros eclipses menores con distinto sabor final: ir a hacerme unas fotos de carnet y descubrir que tengo menos pelo y que me estoy haciendo mayor (regusto amargo), que le haya tocado al Real Madrid de pareja en cruce de cuartos el Atlético de Madrid (regusto venenoso, mortal de necesidad), y disfrutar de un puente después de tantos meses de no hacerlo (regusto gran reserva).

Pero este viernes de eclipses me tenía reservado uno muy especial. No sorpresivo, porque ya sabía que hoy iba al Auditorio Nacional a escuchar dos piezas de Beethoven: "Concierto para piano y orquesta número 5 en mi bemol" (o también llamado el concierto "Emperador") y "Sinfonía número 5 en do menor" (vamos, la archifamosa "Quinta de Beethoven"). Nunca había escuchado ninguna de las dos piezas en directo, y el resultado ha sido mágico. Al igual que cuando asistí al concierto de "La sinfonía del nuevo mundo", de Dvorak, es en el carácter del director, en las expresiones de los músicos y en el silencio de ultratumba del público (que, por norma general, siempre arrastra un continuo toser. Algo normal, cuando la edad media del público andará por los cincuenta y sesenta años) donde se mastica una obra maestra. Violinistas, que siempre interpretan su partitura con un mutismo que ralla el insulto, hoy se han revuelto en sus sillas, han desgastado sus arcos; contrabajos sin expresión parecían bailar con sus instrumentos; violas, sin voz, hoy gritaban. Incluso el solista de flauta, que no suele expresarse demasiado, parecía el Flautista de Hamelin.

Ha sido una comunión impecable con el autor y su obra. Afkham, que se ha ganado a pulso el corazón del público de Madrid, ha estado a la altura del momento y ha terminado exhausto, con la batuta ardiendo, feliz y excitado ante la ovación de gala que le hemos brindado durante más de cinco minutos. El "Emperador" ha rallado lo perfecto, con Radu Lupu como solista de piano. Como toda obra para piano de Beethoven, el afinar el volumen del piano es la clave para el éxito. Creo que hasta en Albacete llegaban los acordes exabruptos del "Emperador", con esa voz inmensa. Ha tenido que salir Radu Lupu hasta seis veces a saludar ante el entusiasmo del público, que no paraba de aplaudir. Y qué decir de "La Quinta de Beethoven": escucharla en directo, tan bien interpretada, es un motivo más para sentirse privilegiado por haber nacido y por vivir. No se me ocurren más adjetivos qué poner ante lo que mis oídos y mis ojos han experimentado hoy. Cada nota interpretada era un sueño que se disparaba hacia la cúpula. Cuatro partes, todas ellas bien diferenciadas: entrada con gancho, seguida de una melodía exquisita, tercera parte que expresa todo el carácter del autor y una última parte, la salida, que pone al máximo los instrumentos. Hoy, todos hemos soñado en el Auditorio Nacional. Hoy, todos hemos sentido la penumbra de la cara oculta de la Luna, del sol que no brilla porque son las notas musicales las que dan de beber, de comer y de respirar. Se entenderá que hoy ha habido un eclipse absoluto de realidades sobre el Auditorio Nacional de Madrid.

Me gustan los autores que en sus obras abusan del viento, que dan voz y sitio a la percusión: Tchaikovsky, Dvorak, Wagner, por poner tres ejemplos. Pero Beethoven está, para mí, por encima de ellos: abusa del viento y lo hace enfurecer, para que segundos más tarde una flauta apacigüe los ánimos; encadena una serie de acordes en cuerda, con fuerte base en el contrabajo, para que sean acallados por unos trombones que suenan desde el Olimpo; hace que el percusionista encargado de los timbales marque ritmo de galera romana en los momentos de desenlace. Señores, cuando el viento y la percusión cantan con voz propia en una sinfonía es que están ocurriendo cosas demasiado importantes como para no entremezclarse en ellas.

Mi bricoconsejo de hoy, y con esto termino, es que hay que escuchar en directo, al menos una vez en la vida, la "Sinfonía número 5 en do menor"; si uno quiere sentirse vivo dentro de un cosmos donde los eclipses dan regustos y dan vuelcos de corazón, claro.





0 comentarios:

Publicar un comentario

 
+ INFO